Suelo defender con ahínco que la Fantasía y la Ciencia Ficción son las dos caras de una misma moneda, y aunque César Mallorquí ya me matizó una vez que la sci-fi necesita de un armazón justificativo que el Fantasy no requiere, ambos géneros son primos hermanos, a mi humilde entender.
Por eso, entre mi interminable pila de libros pendientes de leer —en la que los reinos imaginarios son habituales— no es raro que también se cuelen mundos que viajan hacia el futuro.
En esta ocasión, tenía que saldar una cuenta pendiente, una encarecida recomendación de mi librero de cabecera (el librero del bien, como le llama Antonio Torrubia). Se trata de una novela utópica publicada por Salamandra en 2009, tan corta en extensión como atrayente: Génesis, del neozelandés Bernard Beckett.
Sinopsis: En un futuro no muy lejano, una estudiante llamada Anaximandro se presenta al riguroso examen de ingreso en la Academia, el órgano de gobierno de la utópica sociedad en la que se ha criado. A lo largo de varias sesiones extenuantes, las preguntas del tribunal, que suscitan importantes cuestiones éticas y filosóficas, la llevarán a descubrir una verdad que hará tambalear los cimientos sobre los que se asienta su mundo.
Siguiendo sin ruborizarse los pasos de la Utopía de Tomás Moro, Beckett desgrana una sociedad aislada en el mar, superviviente de un apocalipsis y cimentada en la República de Platón. Los detalles se van desvelando a través de un examen de cuatro horas que también medita, en una suerte de diálogos socráticos entre Anaximandro y sus examinadores, sobre la inteligencia artificial, la conciencia y el alma.
La gran virtud de Beckett es hacer ligero como una pluma el peso de un planteamiento de semejante caladura. Y lo consigue gracias a unos diálogos frescos y ágiles, y sobre todo al recurso de la proyección de unos hologramas que transportan al lector a la vida del revolucionario Adan Forde, objeto de la tesis que defiende Anaximandro ante el tribunal, y su toma y daca con un ejemplar avanzado de androide llamado Arte.
Poco a poco, el examen va tomando un cariz perturbador hasta culminar con un sorprendente giro final que me recordó poderosamente al que Pierre Boulle le dio a su obra literaria El planeta de los Simios: una puntada magistral que lamentablemente se perdió en su paso al cine.
Sorprende la actualidad de los planteamientos de la novela, en la que los refugiados que llegan en balsa son recibidos a disparo limpio.
En definitiva, una obra muy recomendable para hacer un break entre las lecturas habituales, a la que solo encuentro una pega (y esto puede ser una ventaja para otros): su corta extensión.