No parece algo nuevo: un grupo de personas se disfrazan con vestimentas de otras épocas. Algo así se ha hecho desde siempre, desde las fiestas de los moros y cristianos hasta la ‘romería’ vikinga de Catoira.
La diferencia, lo verdaderamente novedoso, lo que está causando furor y se está propagando a los cuatro vientos es el enfoque: su rigor histórico. Ya no se trata de aficionados a los disfraces que se divierten con la historia, sino de apasionados de la historia –muchos de ellos licenciados– que se divierten con la indumentaria de otras épocas. El recreacionismo, una afición en la que se reproduce de manera fiel y verídica un periodo histórico (romano, celtíbero, vikingo, celta, medieval etc.) está ganando fuerza a pasos agigantados.
El año pasado viví una de las experiencias más increíbles de mi vida en Belmonte, cuyo castillo albergó en mayo el Campeonato Mundial de Combate Medieval, una de las modalidades deportivas más duras e impactantes que existen.
Lejos del aparente ‘frikismo’ que se les presupone, todo allí era estricto: desde el reglamento hasta la indumentaria de los participantes, cuya armadura y armamento deben ser réplicas auténticas de otras que existieron (sin filos y con puntas romas, por seguridad).
La integridad física corre auténtico peligro, por eso nada queda al azar ni se permite la más mínima concesión fuera de la norma. Me encantó esa autenticidad, lograda con una pasión envidiable.
Experimenté un sentimiento similar unos meses después en el Soto de Móstoles, donde un grupo recreacionista llamado Taranis hacían una exhibición. La época vikinga era una de sus especialidades, y me satisfizo enormemente no encontrar allí ni rastro de un casco con cuernos. Todas y cada una de las prendas que visten, cada yelmo, cada escudo, cada espada que empuñan son réplicas de otras que existieron en la realidad. Es una afición cara, es cierto, y ellos buscan fuentes de financiación de las formas más diversas, incluyendo actuaciones profesionales y algo verdaderamente atractivo: una escuela de combate antiguo.
Había mucho entusiasmo en cada cosa que hacían, desde los combates hasta los cuentacuentos, en los que recuperaban viejas leyendas de la mitología nórdica. Pero me quedé asombrada del rigor con el que trabajaban. No había nada fuera de lugar, todo era concienzudamente exacto con lo que conocemos de la cultura vikinga.
Solo había visto algo parecido dos años atrás, en Noruega. Fue en el Museo Lofotr de Borg, en Lofoten, uno de los lugares más increíblemente bellos que he conocido.
Allí, el descubrimiento del asentamiento de una casa señorial unas décadas atrás ha dado lugar a un extenso recinto que reproduce fielmente cómo era la vida de Escandinavia hace diez siglos. Por encima de todo, destaca en lo alto de una colina la recreación de la casa señorial, una construcción de enormes dimensiones y una de las reproducciones más fieles y grandes de la cultura vikinga en la actualidad.
En Borg mi familia y yo tuvimos la oportunidad de probar la armería vikinga (algunas en realidad eran piezas celtas que los vikingos se habían robado o habían obtenido a través del comercio), practicar el lanzamiento del hacha, e incluso remar (de forma absolutamente caótica) en una reproducción exacta de un barco vikingo. Hombres y mujeres ataviados con la indumentaria propia de la época explicaban con todo detalle a los visitantes cómo cocinaban, qué comían, cómo distribuían las tareas del hogar o cómo construían los barcos en la bahía.
Fue una experiencia única, grandiosa, por eso me quedé tan asombrada de encontrar algo tan parecido tan cerca de mi propia casa, en España. Y por eso cuando organizamos la presentación de Neimhaim mi primer pensamiento fue para el Grupo Taranis, tenía que contar con ellos allí. Y para mi sorpresa y alegría, ellos aceptaron.
Desde estas líneas quiero dar toda mi gratitud a este grupo tan entregado, que tan generosamente aceptó a mostrar su arte vikingo, y también celta (las dos influencias de Neimhaim) en la Fnac de Castellana, este jueves 9 de julio. ¡Brindemos por ellos! (con hidromiel Helheim!!)
Otro día os hablaré del aguamiel, ese néctar tan apreciado por los nórdicos y tan presente en la novela Neimhaim. ¡Salud a los Altos!
María
22 julio, 2015 - 17:34 ·Me encanta el recreacionismo, pero la puesta en escena de Taranis en la presentación fue lo más!!! Quiero más!!