El día del 21 de diciembre es una fecha muy especial, tiene lugar el solsticio de invierno: la noche más larga del año, el momento que marca el final de la oscuridad y la llegada de la luz. Es un momento mágico, celebrado por muchas culturas desde la Edad del Hierro, y quizás antes. En el Norte, donde la oscuridad es aún mayor y el frío también, el solsticio de invierno significaba el triunfo de la vida sobre la muerte. Era un momento de celebración recogida, las familias y los amigos se reunían ante el fuego para celebrar que estaban vivos y para recordar a los que se habían quedado por el camino. Era el Yule.
En la festividad de Yule, una celebración que podía durar varias semanas en torno al solsticio de invierno, se colocaba bajo techo un árbol que recordaba el Yggdrasil, el Gran Fresno de cuyas ramas penden los Nueve Mundos, incluyendo el de los hombres.
Se sacrificaba una cabra en honor a Thor (el dios de trueno nórdico conducía un carro tirado por dos machos cabríos de los que podía alimentarse y siempre revivían). La cabra era una ofrenda y terminó convirtiéndose en un símbolo de esta fiesta pagana, la que portaba las ofrendas.
Y en las tierras de Finlandia esta cabra se encarnó en un anciano que traía regalos llamado Joulupukki (cabra de Yule), más conocido por todos nosotros como Santa Claus o Papá Noel.
El País Vasco conservó su propia figura al respecto: el Olentzero, también relacionado con tradiciones muy antiguas que se celebraban en el solsticio de invierno.
Igualmente, en muchos pueblos del norte de España aún sobreviven festividades paganas relacionadas con el solsticio de invierno, como el Zangarrón, un demonio vestido de paja aterroriza cada invierno a los habitantes de Sanzoles del Vino o Los Carochos de Riofrío de Aliste, demonios con colmillos de jabalí; dos festividades señaladas en Zamora.
Así se convirtió Yule en la Navidad
Si todo esto que os cuento os resulta familiar (una fiesta con la familia y los amigos reunidos junto a un árbol, comiendo cordero y ofreciendo regalos) es porque la Navidad procede de esta fiesta pagana llamada Yule.
En la Biblia nunca se cita la fecha del nacimiento de Cristo, es más, según cálculos basados en los datos aportados por los evangelios algunos expertos señalan que Jesús debió nacer en septiembre. Pero cuando el cristianismo comenzó a hacerse fuerte en el Imperio Romano hubo que elegir un día concreto para conmemorarlo.
Al igual que ocurrió con muchas otras celebraciones paganas (el solsticio de verano-San Juan, el equinocio de primavera-Pascua, Samhain-La noche de todos los Santos) los cristianos asimilaron las festividades locales del solsticio de invierno para fijar el nacimiento de Cristo: Yule en las tierras de los ‘bárbaros’ y la Saturnalia (una fiesta pagana en honor a Saturno) en el caso del Imperio Romano, que justo culminaba el 25 de diciembre con Natalis Invictis Solis, el nacimiento del sol invencible.
Parecía lógico que Cristo, que había venido al mundo para librar a la humanidad de la oscuridad, naciera en una fecha tan señalada como el solsticio de invierno, en el que la vida triunfa sobre la muerte. Si queréis saber más sobre esto, no os perdáis este exhaustivo texto de la historiadora Laia San José Beltrán sobre el origen de esta festividad nórdica del solsticio de invierno.
Recuperando Yule en la actualidad
En los países escandinavos e incluso en Gran Bretaña se han conservado algunas tradiciones originales de Yule, como quemar un gran tronco (cuenta también su versión en bizcocho de chocolate), colgar la cabra de paja que simbolizaba el sacrificio de la cabra a Thor o el Wassailing o Yulesinging, que es lo que nosotros conocemos como ‘pedir el aguinaldo’.
También hay comunidades que en la actualidad tratan de recuperar la festividad original de Yule, con su significado primigenio.
Me encuentro entre una de esas personas fascinadas por estas antiguas costumbres, así que no es de extrañar que también nacieran en el solsticio del invierno los protagonistas de Neimhaim, Ailsa y Saghan, dos jóvenes señalados por el destino para unir a dos pueblos antagónicos.
¡Feliz Yule a todos!